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¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

El amor no es solamente una cuestión de novela. Pienso en las entrañables parejas de ficción que nos ha dado la literatura como Margarita Gautier y Armando Duval,  Romeo y Julieta, Don Quijote y su Dulcinea del Toboso, Otelo y Desdémona y tantas otras que han desplegado distintos libretos de encuentros y desencuentros…. Pero estos amores…… amores que matan, amores que mueren, amores que se dejan morir, amores imposibles, desterrados, irreales, prohibidos, amores que se pagan, amores que se apagan, amores negados, marginados, rendidos… no son sólo de ficción, también existen de carne y hueso y los vemos cotidianamente en los escenarios de la vida.


Pero… ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

El amor es una construcción. Es un territorio donde se encuentran dos sujetos con historias y subjetividades distintas y crean un nuevo territorio compartido y común. Cada uno es lo que es y seguirá siendo lo que es a pesar del amor y durante el amor, pero en la construcción de un “nosotros amoroso” habrá un surgimiento de nuevos significados y efectos, de una nueva combinatoria deseante donde se jugarán ciertos goces y otros quedarán excluidos.

En este recorrido se abandona algo de lo propio para entrar en una nueva entidad construida de a dos a través de la palabra, de la mirada, del abrazo y de cada espacio compartido.

Por eso no alcanzaría decir que la pareja es la suma de dos sujetos diferentes, porque lo que importa fundamentalmente es  lo que recíprocamente activan o desactivan uno en el otro y lo que juntos producen, el “entre” los dos.

Podríamos decir entonces que el “sujeto amoroso” es el producto de esas diferentes identidades que se encuentran para crear la diferencia. Diferencia que hará marca para que los amores sean siempre distintos.

Hay quienes construyen un sujeto amoroso único y definitivo, otros lo van cambiando según edades y situaciones y otros están en la búsqueda y no logran nunca construirlo. Tal vez, porque nunca abandonan la identidad para abrirse a la diferencia. Buscan pero en lugar de reconocer, se miran  a sí mismos como en un espejo y efectivamente no reconocen a nadie que sea igual que ellos, porque eso no es metafísicamente posible. No encuentran porque en realidad nunca salen a buscar. O encuentran pero no pueden crear con el otro algo inédito sino que repiten y reproducen como un calco una y otra vez su destino en el amor.

Hay controversias referidas a la armonía posible o imposible en el amor.

Lacan dijo una vez, “No hay relación sexual” marcando que no hay complementariedad posible, que no hay relación adecuada entre el goce anhelado y el encontrado o entre el goce de uno y del otro, hay una ilusión de que podemos encontrar una experiencia de conexión con el otro y es realmente una ilusión. Es el lazo amoroso el que viene a actuar de suplencia frente a este desencuentro estructural de los sexos. No hay medias naranjas…

Muchas parejas fracasan por la insistencia en el anhelo de complementarse, de búsqueda de la otra mitad. Otros sujetos no toleran la desilusión y cortan la relación para pasar a otra creyendo que la próxima vez sí podrán restaurar esa falta insoportable que no es posible de cubrir más que imaginariamente y por eso repiten una y otra vez la misma historia.

Nos vinculamos desde la falta que intentamos velar y develar para amar y nos fascinamos ante la idea de que la felicidad y la completud son posibles cuando uno ama y es amado. Pero, como en toda idealización, se falsea el juicio y lo que hay es un engaño recíproco que sostiene la eficacia del amor. Como dijo una vez  Alejandro Dolina, “Amar es inventarse cada día falsedades compartidas”.

Tenemos que saber que todo amor tiene su límite. Que si bien el otro está habitado por la misma estructura, sufre igual y tiene la misma fragilidad, esto no alcanza para tener garantías de lo que pueda suceder en el encuentro con el otro. Cada pareja monta su propia estructura de ficción, cada una arma su guión simbólico e imaginario que transcurre en un tiempo, en un espacio y en un contexto propio que van creando según la escena que se sientan invitados a representar.

Los sufrimientos originados en las relaciones amorosas ocupan un lugar protagónico en la vida de la gente y constituyen una temática habitual. La búsqueda de amor y de una relación amorosa satisfactoria siguen siendo problemas que aquejan permanentemente a las personas.

Pero… ¿Será posible “curarse” de los sufrimientos del amor?

Partamos desde el momento en que todos los objetos resultan sustitutos de un objeto original perdido, ninguno logra ser del todo satisfactorio ya que no corresponde a lo originalmente deseado y, en este sentido, solo hay reencuentros fallidos. Habrá que saber que la demanda de amor no sólo es insaciable sino imposible de responder.

Para Lacan hay encuentros, pero disarmónicos...con lo cual el trabajo será aceptar este desencuentro insuperable como condición inherente al ser humano y habrá que ver qué hace cada cual con este elemento siempre presente en el camino del amor.

Un vínculo de pareja implica equilibrios que se alcanzan, que se pierden y se reconquistan. No hay un modelo de amor de pareja que pueda considerarse ideal, no hay amor “logrado” ni hay punto de llegada y por ende la clínica va a ser siempre un problema singular, caso por caso.

Hay amores y amores. Y en algunos amores está a la vista la importancia de incluir un trabajo psíquico referido al otro y al vínculo, donde sea posible un reacomodo dinámico para procesar la experiencia de relación y sus conflictos, centrándose en el mundo intersubjetivo de la pareja y en las conductas que condicionan al partenaire o a la relación.

Son muchas las controversias en este terreno y, lejos de apaciguarse, crecen día a día, ya que los cambios que están sobreviniendo en nuestra civilización en materia de pareja y sexualidad son altamente vertiginosos.

Hay diferentes perspectivas en el análisis de las relaciones amorosas y la clínica nos enfrenta siempre con formas diferentes y singulares de relaciones, pero lo que tenemos claro desde nuestra labor es que la construcción del amor puede ser una experiencia inédita y que puede producir buenos remodelamientos psíquicos.

¡TODO ERA AMOR!

¡Todo era amor... amor!
No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que de amor.
Amor pasado por agua, a la vainilla,
amor al portador, amor a plazos.
Amor analizable, analizado.
Amor ultramarino.
Amor ecuestre.
Amor de cartón piedra, amor con leche...
lleno de prevenciones, de preventivos;
lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
Amor con una gran M, con una M mayúscula,
chorreado de merengue,
cubierto de flores blancas...
Amor espermatozoico, esperantista.
Amor desinfectado, amor untuoso...
Amor con sus accesorios, con sus repuestos;
con sus faltas de puntualidad, de ortografía;
con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el corazón de los orangutanes,
de los bomberos.
Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,
que arranca los botones de los botines,
que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y amor impuesto.
Amor incandescente y amor incauto.
Amor indeformable. Amor desnudo.
Amor amor que es, simplemente, amor.
Amor y amor... ¡y nada más que amor!